Los juegos en Seraphia

Spoiler:

Era un buen día de primavera, el astro rey estaba en su punto álgido en aquel momento y el cielo estaba despejado. Taneki Akodo había acudido a Seraphia, junto con toda una comitiva diplomática, para conseguir una serie de acuerdos comerciales muy deseados entre el Reino de Kardas y el Imperio de Taogami. Política de alto nivel, o sencilla burocracia; pero nada apasionante y el caluroso día no acompañaba, en absoluto, a mejorar su tedio.

Su trabajo era, en líneas generales, proteger a la embajadora de Sen Zei en el país extranjero y, ciertamente, hasta el momento no había habido ningún tipo de problema. Kaiyo Ishiba era la encargada de lograr que la decadente casta política local aceptara los términos de Taogami para lograr un acuerdo beneficioso y, ante la pérdida de influencia de los ángeles en el mundo, aquello era una tarea primordial.

La embajadora:

Quizás la tarea se antojaba rutinaria y fácil, a fin de cuentas la seguridad corría a cargo de las fuerzas de Kardas y por ello la mayor parte de los samurais se habían relajado. Estaban dispersos por la zona, controlando la situación, pero sin atender de forma concreta a la embajadora... En aquel momento iban a comenzar unos juegos en el Coliseo de Faust, una práctica extraña a ojos de los orientales y en la que varios guerreros luchaban hasta la muerte en pos de la diversión del espectador.

A ojos de Akodo, desde  el palco de la embajadora, aquella costumbre era salvaje y bárbara; no entendía que interés o diversión podía haber en aquello, pero los asistentes parecían disfrutar con la sangre y con la muerte. La embajadora, como correspondía a su trabajo y dignidad, mantenía la serenidad en todo momento y no dejaba traslucir pensamiento o sentimiento alguno... El contacto del gobierno, un gordo que no paraba de gesticular con las manos, estaba sentado junto a ella e intentaba explicarle con mucho interés todas y cada una de las extrañas y barrocas costumbres rituales que había en cada escena del combate. Mientras tanto, Taneki observaba atentamente a su alrededor pues, aunque los suyos estaban disgregados y relajados, él pensaba que no había que bajar la guardia en ningún momento.

7 días antes:

Hanzo se encontraba meditando de piernas cruzadas en el suelo de su dojo improvisado, un penoso patio en mitad de un cúmulo de edificios abandonados debido a la inestabilidad de la estructura. Eran apenas las 9 de la mañana cuando un hombre con aspecto de pescador (sombrero ancho de paja y ropajes baratos) se atrevió a entrar sin pedir permiso.

Un kunai silbó afiladamente a través del aire, clavándose en la pared, a apenas unos milímetros del rostro del visitante.

- ¡Traigo un mensaje para Hanzo Kakuma!

El mencionado abrió sus rasgados ojos sin mucho humor.

El mensajero por su parte temblaba, dudando si el ataque había fallado o era una advertencia.

- Habla - dijo serenamente.

- E... es una carta para usted.

Asustado, tiró al suelo un objeto metálico envuelto en un sobre de tamaño mediano y se dio la vuelta para correr hacia la saluda, aunque otras dos figuras sombrías estaban a su espalda. Su muerte había sido rápida y sin dolor, pues los discípulos de Hanzo tenían órdenes estrictas para no hacer sufrir a sus víctimas a menos que fuera necesario.

A pesar de lo que le molestaba romper su rutina diaria de 8 horas de meditación, el maestro del dojo se puso de pie y lentamente recogió el objeto. Extrajo el contenido del sobre y vio que se trataba de un dispositivo electrónico, una especie de tablet digital de un solo uso.

Un escáner automático se activo, pasando por el rostro de Hanzo un láser de color verdoso seguido de un pitido que daba a entender que él era el destinatario correcto y la pantalla pasó a mostrar un texto largo de unas dos páginas.

Un contrato.

Tras leerlo completamente, lo dejó caer al suelo y lo destrozó de una pisada para no dejar rastro.

- Preparad mi equipo - dijo a sus discípulos.

Era un trabajo de asesinato.

Hoy:

El viaje a Seraphia había sido lento, a pesar de ir en avión. Pasar los controles de seguridad, molestos, pero sin complicaciones.

Pero la paga era decente, y su objetivo claro - tenía que conseguir asesinar a una persona para obligar políticamente a Seraphia a asumir la culpa y cumplir con el trato ofrecido - en otras palabras, su objetivo era la embajadora de su ciudad, Sen Zei.

Era una estrategia política horrible en cuanto a lo ético se refería, pero ciertamente eficaz. ¿Quién esperaría que un asesino de Sen Zei asesinara a una embajadora de su propio país cuando esta trataba de conseguir beneficios comerciales y políticos?

Hanzo no pensaba mucho en ello, a pesar de todo. Para él, aquel trabajo solo le conseguiría los medios para crecer lo suficiente y para someter Sen Zei y su casta política.

Ascender al edificio más alto, pero cercano al estadio, había sido tan fácil como comprar una entrada de turista. Se trataba de un rascacielos de más de 70 plantas, una maravilla arquitectónica con más de 50 años.

Hanzo ascendió hasta el balcón más alto desde donde los turistas perdían el tiempo con fotos y selfies, pero él aprovechó para escalar aún más alto desde el exterior.

El viento le azotaba con fuerza, pero se mantenía firme. Llevaba consigo una maleta de tamaño medio, y una vez se aseguró que nadie podía verle comenzó a montar el artilugio que sus contactos le habían proveído en pos de cumplir su misión - un extraño arco de alta tecnología y de gran tamaño pero con precisión y fuerza suficiente como para atravesar un elefante de lado a lado en un ratio de 50 metros.

La estructura del arma estaba montada, faltando pequeño dispositivo digital que encajaba en uno de los lados. Al insertarlo, una pantalla digital se encendió mostrando un mensaje:

EN 300 SEGUNDOS ESTE DISPOSITIVO SE AUTODESTRUIRÁ

Tiempo más que suficiente para preparar el ataque.

Usando la pantalla táctil, Hanzo asignó la dirección y velocidad del viento y la distancia aproximada hasta el objetivo (unos 500 metros). Agarró el proyectil - una flecha alargada de poco peso y con forma de espiral - y la colocó correctamente.

Usando la mira digital consiguió marcar su objetivo. El dispositivo, de forma manual, comenzó a orientarse de forma de que contrarrestara el viento, pero Hanzo supo que el ángulo estaba mal por 3 milímetros, por lo que activó el modo manual.

Quería disparar directo a la cabeza.

Finalmente, tensó la cuerda con cuidado. El dispositivo calculaba la cantidad de fuerza necesaria para tensar la cuerda y él intento sincronizarse con el arma.

Y disparó.

La fuerza de la cuerda al soltarse sonó con un chasquido atronador. El proyectil salió disparado casi a la velocidad del sonido, desafiando las fuerzas de la naturaleza.

Y su objetivo, Kaiyo Ishiba, moriría de forma inmediata.

El bárbaro espectáculo despertaba pasiones entre la plebe de Seraphia pero, también, entre los altos dirigentes del país. Todos, aristocracia y gleba, no paraban de gesticular y de gritar apasionadamente para que ganara el gladiador de su gusto. Cada combate representaba una escena mítica del pasado de Kardas, mediante colores se representaba a un barrio de Kardas y se enfrentaban guerreros de cada barrio actuando como personajes- buenos o malos- de algún suceso histórico o mitológico. La narrativa, de fondo, era lo de menos porque lo que importaba era ver al campeón del barrio vecino apabullado y sangrando sobre la arena.

-En los últimos tiempos las empresas buscan guerreros de cualquier parte de Weyard, pero para cumplir con la tradición les pedimos que se empadronen en un barrio de la ciudad- explicaba, apasionadamente, el gordo político de Kardas. Kaiyo Ishiba se hacía la interesada, pero mantenía la tranquilidad como correspondía a una persona de su rango; el respeto era fundamental y Akodo sentía admiración hacia ella ¿Cómo era posible que no mostrara ningún tipo de rechazo hacia una costumbre tan salvaje e inhumana? ¿Dónde había quedado el camino del guerrero en este país?

En ese momento, sintió un escalofrío y, cuando quiso darse cuenta, vio como una flecha surcaba los cielos a toda velocidad para acabar con la vida de Ishiba. ¿Qué podía hacer? Ni lo pensó, se tiró hacia su señora con toda la fuerza y el impulso que pudo, pero no llegó a tiempo.

La flecha rasgó su máscara por la potencia que tenía aquel disparo y llegó a hacerlo sangrar a la altura de su mejilla derecha y de su oreja; pero no consiguió alterar la dirección de la misma. Cuando quiso darse cuenta, Taneki estaba en el suelo, levemente herido pero bien, aunque la señora Kaiyo Ishiba yacía sentada con la fecha clavada entre ceja y ceja: un disparo perfecto.

Maldiciendo, se levantó del suelo y siguió la trayectoria del disparo. No muy lejos del coliseo había un edificio muy alto en que pudo ver un leve resplandor causado por el sol, no lo pensó dos veces y extendió sus alas para llegar hasta el asesino de la embajadora. A sus espaldas dejaba un coliseo aterrorizado, a unos servicios de seguridad perplejos, a un político conmocionado y a un séquito de samurais humillados. Poco después, una explosión causada por el dispositivo situado dentro de la flecha acabó con los demás miembros del palco.

Imperdonable.

Llegó a lo alto de aquel edificio en el que le pareció que había visto algo, no había tardado demasiado pero posiblemente el autor ya habría escapado o... Quizás no.

Hanzo vio su objetivo cumplido gracias al eficaz aumento de la mira digital, aunque también pudo observar como ha estado a un mero milímetro de fallar estrepitosamente debido a la intromisión de uno de los guardias, un individuo enmascarado.

Un simple obstáculo que no le iba a dar complicaciones...

...o eso creía hasta que vio cómo desplegaba sus alas y se dirigía rápidamente hasta su posición.

- Mierda.

No contaba con la presencia de un ángel con la suficiente perspicacia como para rastrear la dirección del proyectil, y aunque la carga explosiva de la flecha había estallado detrás suya, el ángel no se había inmutado y seguía avanzando.

Hanzo aún podía escapar. Miró la pantalla del arma y vio que quedaban 120 segundos para que esta estallara también. Aprovechó y volvió al balcón inferior con su maleta, junto a los demás turistas perplejos quienes intentaban averiguar qué había pasado en el estadio.

Algunos gritaban "algo ha explotado" y otros tenían el rostro blanco, pero Hanzo podía ver que ninguno sentía preocupación verdadera por los de su especie. Solo un morbo grotesco de acontecer un posible ataque terrorista.

El shinobi, disgustado, hizo un amago de irse pero algo en su interior estaba intranquilo. Aquel ángel despertaba su interés a la vez que presentaba un desafío al que nunca había tenido la ocasión de enfrentarse durante sus trabajos.

Durante sus años de asesinato había matado otros ángeles, pero todos eran a duras penas jóvenes engreídos e ignorantes que no esperaban ser superados en habilidad. Este, por el otro lado, había estado a punto de dar su vida, y con eficacia se lanzaba hacia el peligro - el honor le obligaba a responder.

Cogiendo aire, volvió sereno entre la multitud que sacaban incontables fotos del estadio. Pero su interés estaba el recién llegado. Con el ceño fruncido, clavó sus ojos negros en él, observándolo, valorando si era un guerrero u otro insensato que podría caer bajo su arma.

Spoiler:

El ángel no prestaba atención a lo que acontecía a su alrededor, para él los gritos y las miradas de pavor ante la explosión y la muerte carecían de interés. Por supuesto, no se percató de aquellos que, con morbo, sacaban sus móviles para hacer fotos y videos de la situación de la comitiva de Taogami; si lo hubiera visto, quizás se habría enfurecido ante tal muestra de irrespetuosidad.

Su objetivo estaba claro, debía encontrar y llevar ante la justicia al causante de la muerte de la embajadora: su honor dependía de ello. Observó como, desde la azotea, bajaba hasta un balcón inferior y, para su sorpresa, no se escabulló entre la multitud sino que se alzó frente a él.

Parecía esperarlo.

Aterrizó justo a unos cinco del asesino y, desenvainando su espada con tranquilidad, lo miró fijamente y le dijo lo siguiente con una voz serena, tranquila e imperativa:

-En nombre del Imperio de Taogami, suelte ese maletín y ríndase. - Tenía su mano diestra apoyada en la empuñadura de su katana y había recogido sus alas. La multitud, agolpada a su alrededor, podía suponer un problema si la situación se complicaba pues, si había sido capaz de atacar a traición a Kaiyo Ishiba, no dudaba en que usaría a los inocentes para salir airoso de la situación. Su única pregunta era: ¿Por qué no escapaba? Seguramente aquel individuo tramaba algo y no debía ser bueno... ¿Sus compañeros? Con el caos de la situación, dudaba de que pudieran acudir a ayudar para apresar al terrorista.

Al parecer el ángel le había visto bajando de la azotea, y ahora, sin pensárselo dos veces, le pedía a Hanzo que se rindiera sin más.

Y ambos sabían que eso no iba a ocurrir.

- Ja - dijo con sorna -, ¿y por qué, si se puede saberse? ¿Acaso vas acosando a todos los turistas de Taogami de la ciudad de algo que desconocen?

El ángel iba en serio, y llevó la mano a la empuñadura de su espada, por lo que cualquier movimiento en falso podría acabar en un combate  desventajoso.

Por el otro lado, el arma seguía en el tejado e iba a explotar en poco menos de un minuto. Si conseguía esa distracción podría retirarse o al menos preparar sus armas.

- No creo que tengas jurisdicción fuera de las fronteras del imperio, así que vamos a resolver las cosas bien. Déjame coger el teléfono de mi maleta - dijo elevando el brazo en el que la sujetaba - y llamaré a mi abogado para que aclare el tema.

Sin poder evitarlo, una sonrisa burlona cruzó su rostro normalmente impasible.

- Porque somos personas civilizadas, ¿verdad, ángel?

Hanzo arriesgó tontamente su identidad al exponerse de tal forma. ¿Por qué lo hizo? Quizás por curiosidad, quizás porque buscaba un rival digno.

Fuera lo que fuese, el ángel tendría pocos segundos para responder antes de que el techo cayera encima de todos.

Spoiler:

La respuesta del asesino casi provoca que el ángel se avalanzara contra él desenfundando su katana, pero ello hubiera sido dejarse llevar por su impulsos y resultaba imperdonable, para alguien de su estatus, en esa situación. Armándose de toda la serenidad que pudo respondió, dando un paso, lo siguiente:

-Cuando se trata de un asunto de Taogami, no existe jurisdicción. - dicho esto, dio otro paso y añadió- Suelta el maletín y ponte de rodillas en el suelo, las manos a la cabeza- si no obedecía, con la distancia que había recortado, podría cortarle la cabeza de un limpio tajo de su katana mientras daba un salto con sus alas. Su voz era firma y clara, pero no había rastro alguno de emoción, tan sólo era una orden impersonal. Más emotividad hubiera estado fuera de lugar y, en este caso, aquel individuo tampoco lo merecía.

Eso si, le sorprendió que el sospechoso- culpable realmente- fuera con la cara descubierta y con ropa de civil... Bien podría parecer un turista porque, con sus rasgos, parecía un habitante de Taogami aunque su acento era neutro. Bien podría de la capital o de cualquier otro lugar del Imperio... ¿Qué había empujado a un conciudadano a cometer tal acto de traición? ¿Quién o que motivaba todo esto? Taneki dudaba que esto fuera un acto puramente aislado o personal, la embajadora no tenía enemigos y su visita era meramente burocrática. Estaba en la flor de la vida, era una de sus primeras misiones en el extranjero y aún no había podido mostrar sus capacidades como diplomática. ¿Quién podía desear que la misión fracasara? ¿Había algo que desconocía de la fallecida? Por supuesto, dudaba que una mujer de la categoría de la embajadora pudiera mantener algún tipo de relación con el sospechoso... Sospechoso cuyos rasgos había memorizado a fuego porque, aunque en el extranjero dijeran lo contrario, cada habitante del país tenía una cara única.

Lo que no podía predecir Taneki era que, de un momento a otro, el techo del edificio iba a estallar...

Hanzo recompuso la mirada seria.

- No sé por qué no me sorprende que uno de los tuyos haga lo que quiere. ¿Crees que eres uno de los buenos, verdad?

La situación era tensa, y Taneki solo esperaba una rendición. Hanzo no tenía más opciones.

Pero faltaba un segundo.

Moviéndose despacio desplazó el pie derecho hacia atrás, justo cuando un ensordecedor trueno hizo temblar toda la estructura. Casi instantáneamente, el techo crujió y comenzó a desprenderse sobre todos los presentes entre rocas y fuego.

Varios de los turistas no pudieron evitar caer bajo los escombros, y los que pudieron intentaban moverse a toda prisa hacia la salida. Hanzo dio una voltereta rápida hacia la pared más cercana para evitar el techo afectado y aprovechó el caos para moverse entre los demás mientras abría la maleta.

Extrajo las dos empuñaduras que colgó de su cinturón, sin desplegar aún las hojas de acero, y una máscara de color dorado, cuya decoración representaba un tradicional Oni, y se cubrió a cara.

La máscara:

El último objeto que llevaba era una pistola con un gancho de tres puntas de tamaño manejable, y luego saltó por una ventana que daba al exterior.

Setenta pisos de caída le esperaban. La presión de la caída le impedía ver bien, pero puso todo su esfuerzo en levantar el brazo y disparar el gancho al techo de uno de los edificios vecinos, esperando que se enganchara bien con la cornisa.

Por suerte para él, acertó, y pudo balancearse en el aire mientras la pistola seguía soltando cuerda (compuesta por un material metálico fino, pero resistente). Aunque, no pudo dirigir bien la dirección, y tuvo que usas las piernas para no quedar aplastado contra el muro.

El golpe había sido duro, pero no grave. Siguió soltando cuerda hasta que llegó al máximo de 20 metros que le permitía aquel artilugio portátil, pero a partir de allí pudo descender con sus propias manos, agarrándose a las aperturas disponibles.

Todo el alboroto se encontraba casi a dos calles de distancia, y no parecía que mucha gente se fijara en él, excepto unos cuantos curiosos que se dieron cuenta que no era buena idea hacer preguntas. Pero había tardado demasiado, y su adversario podía descender con simplemente usar sus alas. Se quedó oculto en una esquina que daba a un callejón más pequeño, observando los alrededores para asegurarse de estar solo.

Taneki Akodo no pudo llegar a responder a las osadas palabras de aquel asesino sin honor, porque en un instante una explosión acabó con todo el dramatismo de la escena y obligó al ángel a extender sus alas para salir disparado del lugar. En la conmoción y el caos inicial, logró tomar con sus brazos a un par de turistas que, sin su ayuda, habrían perecido.

No espero para escuchar los agradecimientos, tenía una misión y al postergarla había sufrido un par de golpes y de quemaduras en sus alas. Aún podía volar, claramente, pero estaba magullado... ¿A dónde había escapado ese ingrato? No tardó en encontrarlo, siguiendo la trayectoria más plausible de su huida, pero no tuvo pienso en pensar en las implicaciones de que hubiera habido una explosión o, más importante aún, que aquel individuo se hubiera puesto la máscara de un Oni.

Era peligroso y debía ser neutralizado.

Intentando mostrar toda la dignidad posible, se abalanzó desde los cielos hacia la calle en la que se encontraba el asesino para cortarle el paso y toda huída posible. Al menos, claro está, que no tuviera otro as escondido bajo la manga.

-Mi nombre es Akodo, Taneki- dijo, una vez se hubo posado frente a él- Tengo un deber que cumplir y mi honor me exige que te lleve ante la justicia de Taogami para que pagues por tu crimen- dicho esto desenvainó la katana lentamente, aunque no atacó pues quería esperar a ver si el criminal se defendía. Si intentaba escapar, lo mataría.- Es tu última oportunidad. Ríndete.

Aun con lo sucedido, intentaba que su voz sonara tranquila y serena. En el fondo, deseaba no tener que luchar, pero ya no podía postergar más la situación. La embajadora había muerto, aquel hombre parecía ser el culpable y tenía que cumplir con su obligación. Sus malas artes habían causado graves daños a Kardas, a Taogami y a la población civil. Su honor estaba en juego y no podía dejar escapar a ese asesino; tan sólo esperaba poder capturarlo con vida para que la justicia se hiciera cargo de él.

Había tardado demasiado.

No solo que el ángel le rastreo perfectamente sino que encima se presentó por su nombre, confiado y a sabiendas que él controlaba la situación.

Hanzo nunca se había sentido acorralado en su vida, y que su rival fuera tan osado le entusiasmaba a la vez que le empezaba a frustrar y enfurecer. Para colmo, no llevaba consigo su atuendo y equipamiento habitual, y eso le causaba cierta incomodidad.

- Rendirse... - dijo despacio y entonces respiró hasta llenar sus pulmones - mi nombre es Hanzo Kakuma, y tu persistencia en perseguirme a mí va a causar que no seas capaz de proteger tus propias fronteras. Estás poniendo tu atención en un posible intermediario en vez de a aquellos que buscaban lo ocurrido en el estadio.

Agarró las empuñaduras de su cinturón y las agitó con los brazos - dos hojas metálicas retráctiles de 60 cm. se desplegaron. Hanzo deslizó su pierna izquierd hacia atrás y flexionó ligeramente la derecha. Levantó el brazo izquierdo por encima de su cabeza y con la hoja apuntando hacia Taneki mientras que con la espada de su diestra protegía su cuerpo colocando la hoja en diagonal.

- Pero ya es tarde para hacer las cosas bien.

Unos rápidos cálculos mentales le ayudaron a determinar sus opciones - Taneki se encontraba a par de metros de él, por lo que no podría correr hacia atrás sin exponerse a un tajo seguro.

Pronto las fuerzas policiales peinarían la zona, por lo que darían con ellos tarde o temprano.

Su vestimenta de shinobi y armas habituales estaban en un piso franco en el centro de la ciudad, a un kilómetro aproximadamente.

En el bolsillo llevaba tres bolas de humo, unas pequeñas esferas que al golpearlas estallan y levantan una pantalla de humo extremadamente densa.


Conclusión: tendría que enfrentarse al ángel hasta tener la oportunidad perfecta de retirarse... o hasta decapitarlo.